Lapsus de abuela

Pocos conocen la hermosa palabra criptorquidia, la negativa de uno o entrambos testículos a descender a la bolsa escrotal del niño. Se quedan en el cuerpo, asustados, tema que, en manos de los adultos, suele dar lugar a comentarios jocosos. Momento de gran desazón o incertidumbre, testículos acojonados (con perdón). Esto es un blog de oratoria: el buen orador debe saber gastar bromas sin ofender y el mejor truco es la autoparodia: arrancar riéndose de uno mismo es una receta mágica que consigue que todo el mundo entienda que, en las críticas a terceros, obramos sin mala intención.

Nuestro querido DRAE contiene miles de palabras que casi nunca utilizamos. Quién iba a decirnos que tenemos vocablo específico para el que solamente tiene un testículo: ciclánFimosis es una voz de uso más común y significa estrechez del orificio del prepucio. Puede acarrear problemas mecánicos. Viví en mis carnes lo siguiente, por lo tanto rigurosamente tomado de la realidad: en una cena de familia, el abuelo octogenario le comenta discretamente a una sobrina enfermera que van a operarlo de fimosis. Un cuñado enarca una ceja al escuchar la palabra mágica y pregunta. Responde la abuela, que, quitándole importancia al asunto, eleva la voz hasta casi el grito para hacer público un detalle imprescindible para el resto de los comensales.

–         Nada, que operan a éste porque es un guarro y nunca se lava su cosita.

Lo han oído al menos seis personas y a dos se les han caído las cucharillas sobre los platos de postre. El buen señor encoge ante la divulgación del detalle que lo hace repentinamente célebre. Su mujer todavía se dirige en voz muy alta a un cuñado para preguntarle por qué le pega a ella por debajo de la mesa patadas secretas. No importa lo buen guionista que seas: la mujer tiene algo más contundente que lo que se te ha ocurrido a ti. La abuela de una amiga asturiana ocultó durante meses su primer embarazo aunque la fecundación se había producido en estado de casorio y respetando todas las reglas del decoro. Medio siglo después, le explica a su nieta:

–         Lo dije cuando ya se me notaba muchísimo; no quería que pensasen que yo había hecho cosas sucias con tu abuelo.

–         Pero era tu marido, abuelita…

–         Meterse dentro de una es una cosa indecente hasta para un marido.

Fluye 1939. Con los hombres en el frente, una abuela cuarentona se topa con un cura rijoso que le insinúa que las mujeres gallegas estarán pasando hambre. El religioso le pregunta cómo se las apaña sola. Ha repetido muchas veces la broma en otros lugares, pero ahora esta se le va a quedar congelada en la cara con la respuesta de la señora:

–         Me apaño como todas, padre: con los varones que han quedado aquí. Con ustedes, los curas.

No olvidemos que mirar basta para condenarse. Jesús dijo: «Todo el que mira a una mujer deseándola ya cometió adulterio con ella en su corazón» (Mt 5, 27-28).

Mi tía abuela era la reina del lapsus. Cuando yo era  niño, se equivocó y pidió en una churrería de Madrid “dos purros y cuatro chorras”. Los hombres salían a la acera para retorcerse de risa: «¿Cuatro, señora? ¿No le basta con una?». Ella aguantó, impertérrita y con el rostro de mármol, porque estaba muy acostumbrada a equivocarse. Otra vez pregunté a su hermana, mi propia abuela, en tono de chacota si era racista y me contestó que “Cómo voy a ser racista yo, hijo mío: suficiente tienen los pobres negros con ser negros”.

Una señora de esa generación le pidió durante años a un nieto picaflor que sentase la cabeza de una vez por todas. El joven, por hacer una broma, contestó que ya era un tipo serio, que ya tenía novia formal, pero que ésta era negra. La mujer madura torció el gesto tanto que él le preguntó si era racista.

–         No soy racista, hijo, pero quiero tener nietos como los de las demás.

¿Sueñas con que tu voz se escuche? ¿Quieres impresionar hablando y no sentir miedo? ¿Deseas que te apetezca salir a hablar en público? Imparto clases de oratoria para niños y adultos. Contacto: rcerrom@gmail.com

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